El Claustro de Mayólica: un derroche de colores e historias
Tan pronto como ingresas al famoso Claustro de Maiólica, te encuentras ante un espectáculo que no te esperarías en un convento de claustra. Numerosas columnas octogonales, cubiertas con mayólicas de colores brillantes, te dan la bienvenida con imágenes que parecen salidas de un sueño: Pulcinella bailando, mujeres comunes trabajando, pescadores con redes en la mano e instrumentos musicales. No parece un lugar sólo para orar, ¿verdad?
¿Por qué colores tan brillantes?
Al observar la decoración luminosa y alegre, uno podría preguntarse: "¿Pero por qué un convento de clausura es tan... colorido?". Bueno, las Clarisas pasaron toda su vida entre esos muros, y tener un claustro tan decorado no sólo era un placer para la vista, pero también una manera de sentirse más cerca de la belleza de la Creación. Aquellos colores, aquellas imágenes pastorales, eran un pequeño paraíso terrenal, un rincón de serenidad para reflexionar y encontrar la paz interior.
Pero ¿a quién tenemos que agradecer toda esta maravilla? Parte del mérito es de la reina María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos de Borbón. Ella, que sabía algo de buen gusto, quiso hacer del claustro un lugar más moderno (para su época) y espectacular. Quizás anticipándose a los estudios sobre la psicología del color solicitó colores vivos como el amarillo, el azul y el celeste. De hecho, estos colores tienen el poder de aliviar los momentos de melancolía y de desaliento que podrían afligir a las jóvenes obligadas a vivir en el gris de un convento de claustra.
En 1742, el arquitecto Domenico Antonio Vaccaro transformó el claustro en lo que vemos hoy. Vaccaro, junto con los famosos ceramistas Donato y Giuseppe Massa, llenaron cada rincón de colores, símbolos y escenas de la vida, transformando un espacio que era quizás demasiado frío en una obra maestra para los ojos de jóvenes Clarisas.
Monjas en Clausura: entre oraciones y rebelión
La vida de las monjas de clausura, aunque dedicadas a la oración, no siempre fue tan austera como nos imaginamos. No todos tenían una vocación genuina, muchos de ellos, de hecho, fueron obligados por sus familias por razones de prestigio social, para garantizar la salvación espiritual de la familia o por razones económicas, evitando tener que aportar una dote para el matrimonio.
Las historias y los chismes sobre las clarisas hablan de pequeñas rebeliones diarias que intentó aligerar la monotonía del aislamiento.
Se dice, por ejemplo, que algunas monjas encontraron formas creativas de eludir las reglas: hubo quienes, a través de las rejas del salón, consiguieron sujetar animadas conversaciones con amigos o familiares, o quienes organizaban auténticos banquetes clandestinos con alimentos traídos del exterior. A través de las rejas del convento ¡No sólo intercambiaron noticias, sino también dulces y otras delicias prohibidas!
Los comerciantes y artesanos que realizaban reparaciones en el convento eran también un medio de comunicación con el exterior a la hora de enviar cartas secretas.
La vida en el Convento entre reglas y diversión
Los archivos monásticos narran episodios que hoy sólo harían sonreír: una vez, durante un duro invierno, unas clarisas encontraron una manera de divertirse transformando el patio cubierto de nieve en una improvisada pista de trineos con cubos de madera usados para lavar el suelo.
Otros disfrutaban jugando juegos de cartas inventados, siempre y cuando mantuvieran un estricto silencio para no despertar sospechas en la escuela secundaria.
Escándalos y encuentros clandestinos
Otro documento de archivo del siglo XVII cuenta que unas monjas clarisas, cansadas del encierro y la monotonía, lograron organizarse reuniones clandestinas con los nobles locales. Aprovechando los jardines del claustro y la limitada vigilancia nocturna, estas monjas escaparon temporalmente de las reglas del convento, transformando la tranquilidad del claustro en un escenario mucho menos "espiritual".
Un episodio particularmente famoso es el de una clarisa que, enamorada de un joven noble napolitano, logró encontrarse con él en el claustro gracias a la complicidad de un conserje. Cuando se descubrió el asunto, el escándalo involucró no sólo al monasterio, sino también a toda la comunidad de la ciudad. Los castigos por tales incidentes fueron severos, pero los responsables a menudo se protegieron a través de las conexiones de sus poderosas familias.
fiestas secretas
Otra historia extraña se refiere a una verdadera fiesta clandestina organizada por las monjas en el claustro durante el Carnaval. Según cuentan, las Clarisas utilizaron los trajes donados por sus familiares y transformaron el claustro en un improvisado salón de baile. Parece que algunos de ellos incluso dejaron entrar a invitados enmascarados para evitar ser reconocidos. La fiesta, evidentemente, fue interrumpida por una repentina inspección del instituto, provocando un gran escándalo en el convento.
Las monjas más emprendedoras lograron lograr perfumes, joyas y alimentos prohibidos gracias a la complicidad de los artesanos y proveedores que acudieron a realizar los trabajos de mantenimiento. Estos pequeños lujos a menudo generaban envidia y conflictos dentro de la comunidad.
Le Riggiole: algo más que azulejos
Las mayólicas, o "riggiole", como se les llama en Nápoles, no eran sólo un detalle decorativo. Cada pieza contaba una historia: paisajes idílicos, animales, escenas de la vida cotidiana. En aquella época histórica, estos azulejos eran un auténtico lenguaje visual, una forma de ahuyentar el mal y expresar alegría y protección.
¿No lo sabías? Según las creencias de la época, los colores brillantes y las imágenes alegres tenían el poder de ahuyentar a los malos espíritus y al "mal de ojo". En definitiva, una especie de amuleto gigante que protegía al convento y a sus habitantes.
Otro detalle curioso, ese que te hace sonreír, se esconde en uno de los rincones del claustro. Hay una escena pintada que representa a una monja Clarisa distribuyendo comida a los gatos del convento. Esta mayólica no era sólo un detalle decorativo, sino una visión de la vida real en el monasterio. Los gatos eran considerados preciosos aliados para mantener alejados a los ratones, a las mascotas y también como confidentes personales, con los que podían tener "largas conversaciones"...!
Un pedazo de historia viva
Caminar en el Claustro de Mayólica de Santa Chiara es como hacer un viaje en el tiempo, entre colores, símbolos e historias.
Cada detalle, desde las columnas revestidas de mayólica brillante hasta los asientos decorados con escenas de la vida cotidiana, cuenta algo del pasado. Es imposible no quedar fascinado al caminar. a través de este tranquilo rincón en el corazón de Nápoles, imaginando la vida de las monjas que, entre oraciones y silencios, encontraron un refugio para el alma en la belleza del claustro.
Un viaje a la Nápoles de otros tiempos
Visitar hoy el Claustro de Mayólicas no significa sólo admirar sus extraordinarias decoraciones, sino también sumergirse en las historias que lo hacen tan único. Desde los colores del riggiole hasta las sombras de sus escándalos, este lugar sigue hablando de una Nápoles viva, hecha de espiritualidad, arte y, sí, también de humanidad con todas sus debilidades.
La próxima vez que pases por Nápoles, no te pierdas esta joya. Quién sabe, tal vez puedas imaginarte a las Clarisas sonriendo desde sus asientos de mayólica, con un gato en brazos y descubriendo algún "secreto" aún escondido entre las columnas de colores.